Admitámoslo: nuestro ritmo de vida es una locura. Todo el día corriendo de un lado para otro. Madrugar, desayunar rápido, correr a la oficina, comer pensando en los recados de la tarde, recoger a los niños del colegio, llegar a casa y… caer rendido.
El estrés es uno de los factores que más influyen en nuestra salud, a corto y largo plazo. En el día a día, nos hace más infelices, nos impide descansar nuestra mente y dormir bien, nos hace comer más rápido y en peores condiciones de lo que deberíamos. Al cabo de los años, este exceso de actividad física y psicológica nos produce problemas de estómago y de corazón. En definitiva, no es un buen compañero de viaje.
Si pudiéramos, dejaríamos nuestro trabajo, nos iríamos a una isla tranquila y dormiríamos 9 horas cada día. Seguro que así reduciríamos el estrés al mínimo. Por desgracia, no es tan sencillo. Debemos buscar un mecanismo que nos permita aliviar ese estrés sin salir de nuestra rutina.
Hay quien recurre al chocolate, otros a la comida; otros, con mayor éxito, practican mindfulness para aliviar el estrés.
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¿Cómo puede ayudarnos la meditación a reducir el estrés? Uno de sus pilares es la atención plena, el ser consciente de lo que nos pasa, de lo que sentimos, de lo que pensamos. El mero hecho de prestar atención a lo que nos rodea y a nuestro interior cambia lo que sentimos al respecto.
Es sentir el agua que se desliza por nuestra espalda en la ducha. Respirar en la calle y escuchar los sonidos de la ciudad como si fuera la primera vez. Experimentar la alegría y la tristeza mientras suceden, sin tener que hacer nada con ello ni reaccionar inmediatamente o expresar qué piensas. Mindfulness es estar presente en el presente.
Acostumbrados a caminar con prisa, nunca nos detenemos a mirar los árboles o edificios antiguos. Sólo con dedicar unos segundos, percibimos el trayecto al trabajo de otra manera. Lo mismo sucede con nuestras sensaciones. No se trata de negar que estamos estresados, sino de analizar sus efectos en nosotros. Al hacerlo, poco a poco pierde su magnitud y nos sentimos mejor.
Un ejemplo cotidiano de estrés es la cola del supermercado. Al verla, suspiramos y tratamos de esperar pacientemente. Si no avanza y tenemos prisa, el estrés puede empezar a emerger sin darnos cuenta: aumenta nuestra tensión corporal, la respiración se vuelve rápida, miramos a los lados nerviosos, buscando una fila más rápida, y agarramos con fuerza el carrito de la compra. Todo esto lo hacemos casi sin darnos cuenta y es consecuencia y también causa del aumento de estrés. Cuando nos vemos nuestros dedos blancos de tanto apretar, soltamos. Nos hemos dado cuenta de nuestra postura, nuestra respiración, nuestros gestos. Sólo entonces podemos calmarnos y seguir esperando nuestro turno (que no va a llegar antes por mucho que nos estresemos)
Algo similar sucede en la meditación. Si somos conscientes de nuestros sentimientos y pensamientos, podemos controlarlos. Y ese control es la llave al bienestar.
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En octubre comenzamos un nuevo curso. Si quieres sentirte bien, te esperamos.
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